

Durante algunos meses, experimenté una aparente calma. Mi hijo, ya mayor de edad, contribuía con los gastos del hogar junto a su esposa, realizando trabajos físicos, que, curiosamente, replicaban el patrón de mis búsquedas estresantes.
Mientras tanto, yo no me sentía bien sin trabajar -ya era parte de mi rutina agobiante- , así que, junto a mi esposo, emprendimos dos negocios: uno de computadoras y otro de ropa colombiana.

Todo marchaba relativamente bien, hasta que la vida nos obligó a separarnos; él en México y yo en Estados Unidos. Esta distancia afectó negativamente nuestra economía y nuestro vínculo emocional, al punto de llevarnos a la quiebra.
Con frustración, tristeza y un deseo inquebrantable de salir adelante, abrí una tienda virtual. Sin embargo, no pasaron ni dos meses cuando empecé a experimentar fuertes dolores abdominales. Tres días después terminé en urgencias: apendicitis perforada por no acudir a tiempo, con complicaciones que me dejaron una semana hospitalizada, conectada a una sonda.
Las finanzas, ya resentidas, cayeron aún más: de deudas en tarjetas pasé a facturas médicas impagables. Regresaron los pensamientos repetitivos de cómo generar ingresos. El negocio virtual no funcionó, así que mi esposo y yo, decidimos viajar a Colombia para abrir un restaurante mexicano. Pero tomamos decisiones poco realistas y, al cabo de 8 meses, cerramos. Él regresó a México, yo a Estados Unidos. Otra vez, la fábrica fue la salida más inmediata.

AL BORDE DEL COLAPSO…
Este nuevo trabajo en fabricación de telas fue el que realmente exprimió mi fuerza vital. Las exigencias superaban mis fuerzas ya debilitadas: problemas de calcio, hipertensión, colesterol alto, obesidad, descontrol hormonal… Pero irónicamente, me gustaba ese ritmo de trabajo porque no me dejaba tiempo para pensar. Pensar era revivir frustraciones y sueños no cumplidos. Sentía tanta tristeza y soledad, que cada día me sumergía más en una depresión disfrazada de enojo, impotencia y descontento hacia todo lo que me rodeaba.


El estrés me permitía huir de mi realidad. Pero mi cuerpo comenzó a romperse por dentro y por fuera:


Retinopatía cerosa central, lesiones físicas constantes, caídas y finalmente, una herida grave en mi cabeza que necesitó sutura. Comencé a perder orientación, memoria, y sentía que mi cuerpo gritaba que ya no podía más.

LA MENTE ME AHOGA EN ANSIEDAD…
En febrero del 2022, después de la pandemia, viajé con mi esposo a Colombia de vacaciones. Allí, un chequeo médico detectó un tumor benigno en una glándula encargada de regular el calcio. Esto explicaba mi antigua condición de hipercalcemia y junto a ello, me diagnosticaron hígado graso, osteopenia y fibromialgia. Aún así, no dejé el trabajo por miedo a perder mi única fuente de ingresos y el seguro médico.

Cuatro meses después me operaron. La recuperación inicial fue breve, pero inesperadamente, pasé de hipercalcemia a hipocalcemia en cuestión de horas. Mi cuerpo se volvió rígido, no podía respirar, no podía moverme. Solo mis ojos. Fue una de las experiencias más aterradoras de mi vida. Estuve una semana hospitalizada. Sobreviví, pero algo en mí cambió para siempre.



Desde entonces, todo se desbordó: Ataques de pánico, hipertensión descontrolada, taquicardias, insomnios, pensamientos obsesivos, temblores, calambres, desorden hormonal… Me sentía atrapada en mi cuerpo. La ansiedad me ahogaba en un océano de síntomas físicos y mentales.

Pensé en la muerte. No como deseo, sino como alivio.

Fue en Colombia donde encontré una chispa de paz. Mi hermano me acogió en su casa, un lugar rural, tranquilo, donde sentí mi primer alivio mental y físico. Estaba empezando a recuperar el equilibrio, cuando me contagié de COVID. Todo retrocedió. Los síntomas se triplicaron. Volvieron las ganas de desaparecer.

Es difícil recordar esos momentos, pero a la vez es sanador hacerlo.


Mi endocrino, al no poder hacer más desde lo físico, me remitió a psiquiatría.
Y es ahí, justo ahí, cuando mi vida encontró una nueva puerta, una esperanza real de sanación. Comprendí que la ansiedad no solo me estaba afectando físicamente, sino que estaba tocando fondo en lo emocional. A partir de ese momento, con ayuda profesional, empecé por fin a sanar desde adentro.
Hoy puedo decir:
… Estoy aprendiendo a vivir de otra manera; sin prisas, sin máscaras, sin exigencias que me asfixien. Estoy sanando. Estoy respirando… Estoy volviendo a mi.
… Estoy reconstruyéndome desde las ruina. Mas consciente, mas libre, mas humana. Y aunque sigo sintiendo miedo, ya no camino sola: me acompaño.
… Estoy volviendo a habitar mi cuerpo, mi mente y mi alma; estoy recogiendo mis pedazos, uno a uno, con ternura, con paciencia, con amor… estoy viva.
… Estoy desahogando mi ansiedad; y si tú estás ahí donde yo estuve, quiero que sepas, que no estás solo, no estas sola. Siempre hay un camino de regreso a ti.
Reflexiona…
Es importante parar en este mundo moderno y agobiante. Detente y piensa… ‘este trabajo que realizo, realmente es el adecuado para mi cuerpo, mi mente, mi espíritu’
Cada acción y decisión en tu vida, genera una reacción; depende solo de ti, qué tan positivo o negativo, será tu camino.
Culpar a los demás, de nuestros problemas o acciones es una acción común cuando no hemos aprendido a desaprender aquellos patrones perjudiciales para nuestra salud
Escucha tu cuerpo; no dudes cuando esa vocecilla interior te hable; ignorarla es una señal que aún no posees las herramientas adecuadas para crear equilibrio en tu bienestar integral.
Te aconsejo…
No llegues a mis extremos de terquedad, autoengaño, y ego. Tuve suerte de parar a tiempo; suerte que quizás tú no tengas, entonces para qué seguir en la obstinación.
Toma decisiones con un compromiso hacia ti, observa objetivamente y pon límites sanos a relaciones tóxicas, ya sea con personas, ambientes o situaciones.
Abrázate cada mañana con cariño y fluye con amor.
